Para Lock (Casablanca, 1954, y radicado en Quebec desde 1957), su nuevo montaje es la recuperación de sus propios recuerdos y la consolidación de una peculiar fuente de inspiración: “Hace mucho tiempo, cuando era muy joven, como de 18 años, tenía dos amigos travestis Siempre pensé que tendría que hacerles un homenaje Apareció entonces la idea de hacer Amelia Lo más turbador fue que durante las audiciones para nuevos bailarines que realicé, se presentó un joven, que entre otras cosas era un travesti”
A partir de esta evocación, tal como sucedió en su anterior trabajo llamado Salt, Lock reitera su necesidad artística de indagar en la fusión de la fisicalidad —reivindicada por la coreografía— y ciertos elementos del ballet clásico —las zapatillas de punta para tratar de crear la sensación de alargamiento del movimiento—, y la recuperación del estereotipo del partener que sostiene a la bailarina para que pueda girar o hacer variaciones
En el escenario, en una pantalla cubierta por una red, una a una, tres bailarinas virtuales aparecen como espejo de la presencia de su contraparte real Lo más impresionante de todo es la velocidad y la energía de los verdaderos bailarines reales En segundos son capaces de realizar secuencias de enorme complejidad, incorporando al gesto como elemento crucial de la expresión que transcurre entre lo barroco y lo cotidiano.