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Boceto del desborde / Pavella Coppola Palacios.

Por: Tipo de material: TextoTextoSeries Colección EnsayoDetalles de publicación: Universidad Academia de Humanismo Cristiano Santiago, Chile 2006Descripción: 269 pISBN:
  • 9567382174
Tema(s): Resumen: Desde cierto punto de vista, la ira parece ser lo opuesto a la sabiduría. Quien se deja llevar por la ira, así decimos, quien se arrebata y pierde la serenidad, obnubilado, enceguecido, insensato, se entrega al curso de la violencia. Nada más lejos de la acción y las palabras reflexivas del sabio que sabe dominar su ira. Creo que cualquiera podrá reconocer aquí una cifra ancestral de la sabiduría. Y sin embargo… ante el infortunio, ante la injusticia, ante la prepotencia, sentimos una ira que de ninguna manera se opone a la sabiduría. Es más, nos parece provenir directamente de ella. La estética del desborde, proclamada por Pavella Coppola, intenta poner este concepto de la ira al servicio de una hermenéutica de la obra de arte, transformándola en una clave interpretativa que permite recorrer la historia del arte y la literatura moderna. Con el objeto de preparar un horizonte que le permita distinguir entre la ira creativa y la simple violencia nihilista, la autora, apoyándose aquí en la filosofía de H. Gianinni, le devuelve a la ira, a la iracundia, que en principio es un afecto, una emoción ?y, por lo tanto, como decíamos, algo que sería en principio externo a la sabiduría? un sentido en el que ira y razón quedan articuladas y mutuamente referidas. La iracundia sería, en efecto, "sede de la voluntad", es decir, aquel lugar o superficie en el que la razón desborda su propia interioridad hacia el mundo y se contamina de materia, por así decirlo, volviéndose acción. Ciertamente, no se trata de la furia de una razón técnica, dominadora y devastadora de la naturaleza, sino de esa razón que se enfrenta a la dureza de la contingencia social imprimiéndole, hasta donde esto resulta posible, un sentido que la haga soportable. La ira, así pensada, sería lo que dispone al hombre activamente contra la injusticia, aquello que lo pone en movimiento contra el imperio de la prepotencia ciega. De allí, entonces, su valencia racional. Ahora bien, a este sentido práctico-moral de la ira, desarrollado por Gianinni, Pavella le agrega una dimensión nueva. La ira es la sede de la voluntad, pero concomitantemente a la voluntad de bien y a la voluntad de justicia, hay también una voluntad de belleza: la voluntad de arte. ¿Hasta qué punto ella es también tributaria de la ira? Aquí tenemos, brevemente esbozado, el boceto de un empeño nada desdeñable: conjugar tres momentos de la experiencia que acosan a la reflexión desde los tiempos de la filosofía antigua. Pensemos en el optimismo platónico, postulando la armonía entre verdad, belleza y bien. O en la sutil división kantiana de las facultades del alma, conocimiento, placer y deseo. Pensemos en la filosofía de Habermas y la distinción entre criterios de validez. En fin, una y otra vez, la filosofía se ve confrontada con el mismo problema: determinar la reciprocidad, las disonancias y las secretas comunicaciones entre los movimientos internos de estas tres dimensiones cruciales de la experiencia humana. Ahora, no se trata en el caso de este libro de una exploración sistemático-conceptual, propia del tratado filosófico, sino de una búsqueda que se mantiene en la estructura tentativa del ensayo, dejando que el impulso de escritura se abra camino siguiendo la sugerencia de encuentros no forzados aunque tampoco arbitrarios, como el encuentro de antiguos amantes entre la muchedumbre siempre renovada de las urbes modernas. Como allí, un cierto instinto ha de guiar el paso, y aquí el instinto toma el lugar de la deducción, sustituyendo la necesidad por el placer barroco de las cadencias y las intermitencias, las variaciones y las interrupciones, las sorpresas y los desvíos. Así me parece poder interpretar la noción del desborde, propuesta por Pavella, como un instinto del texto que estamos comentando. Un instinto que persigue la herida, el desgarro, la fragmentación y la desesperación, la ironía y la crítica presentes en la obra de arte moderna. El lado oscuro, diríamos, trágico, moderno en suma. Se dirá que la tragedia es antigua, paradigma de una experiencia que ya no es la nuestra. Pregúntenle a Ginsberg, eco del mismo grito de Lear, Cordelia entre los brazos, muerta ya, pregúntenles a los poetas, pregúntenle al libro de Pavella. (Marco Aguirre)
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Libro Literatura Biblioteca Artes Colección General Bibliografía Complementaria Ch864 COPB (Navegar estantería(Abre debajo)) 1 Disponible 1356395
Libro Literatura Biblioteca Artes Colección General Bibliografía Complementaria Ch864 COPB (Navegar estantería(Abre debajo)) 1 Disponible 1356396
Libro Biblioteca Central Colección General General Ch864 COPB (Navegar estantería(Abre debajo)) 1 Disponible 1356394

Desde cierto punto de vista, la ira parece ser lo opuesto a la sabiduría. Quien se deja llevar por la ira, así decimos, quien se arrebata y pierde la serenidad, obnubilado, enceguecido, insensato, se entrega al curso de la violencia. Nada más lejos de la acción y las palabras reflexivas del sabio que sabe dominar su ira. Creo que cualquiera podrá reconocer aquí una cifra ancestral de la sabiduría. Y sin embargo… ante el infortunio, ante la injusticia, ante la prepotencia, sentimos una ira que de ninguna manera se opone a la sabiduría. Es más, nos parece provenir directamente de ella. La estética del desborde, proclamada por Pavella Coppola, intenta poner este concepto de la ira al servicio de una hermenéutica de la obra de arte, transformándola en una clave interpretativa que permite recorrer la historia del arte y la literatura moderna. Con el objeto de preparar un horizonte que le permita distinguir entre la ira creativa y la simple violencia nihilista, la autora, apoyándose aquí en la filosofía de H. Gianinni, le devuelve a la ira, a la iracundia, que en principio es un afecto, una emoción ?y, por lo tanto, como decíamos, algo que sería en principio externo a la sabiduría? un sentido en el que ira y razón quedan articuladas y mutuamente referidas. La iracundia sería, en efecto, "sede de la voluntad", es decir, aquel lugar o superficie en el que la razón desborda su propia interioridad hacia el mundo y se contamina de materia, por así decirlo, volviéndose acción. Ciertamente, no se trata de la furia de una razón técnica, dominadora y devastadora de la naturaleza, sino de esa razón que se enfrenta a la dureza de la contingencia social imprimiéndole, hasta donde esto resulta posible, un sentido que la haga soportable. La ira, así pensada, sería lo que dispone al hombre activamente contra la injusticia, aquello que lo pone en movimiento contra el imperio de la prepotencia ciega. De allí, entonces, su valencia racional. Ahora bien, a este sentido práctico-moral de la ira, desarrollado por Gianinni, Pavella le agrega una dimensión nueva. La ira es la sede de la voluntad, pero concomitantemente a la voluntad de bien y a la voluntad de justicia, hay también una voluntad de belleza: la voluntad de arte. ¿Hasta qué punto ella es también tributaria de la ira? Aquí tenemos, brevemente esbozado, el boceto de un empeño nada desdeñable: conjugar tres momentos de la experiencia que acosan a la reflexión desde los tiempos de la filosofía antigua. Pensemos en el optimismo platónico, postulando la armonía entre verdad, belleza y bien. O en la sutil división kantiana de las facultades del alma, conocimiento, placer y deseo. Pensemos en la filosofía de Habermas y la distinción entre criterios de validez. En fin, una y otra vez, la filosofía se ve confrontada con el mismo problema: determinar la reciprocidad, las disonancias y las secretas comunicaciones entre los movimientos internos de estas tres dimensiones cruciales de la experiencia humana. Ahora, no se trata en el caso de este libro de una exploración sistemático-conceptual, propia del tratado filosófico, sino de una búsqueda que se mantiene en la estructura tentativa del ensayo, dejando que el impulso de escritura se abra camino siguiendo la sugerencia de encuentros no forzados aunque tampoco arbitrarios, como el encuentro de antiguos amantes entre la muchedumbre siempre renovada de las urbes modernas. Como allí, un cierto instinto ha de guiar el paso, y aquí el instinto toma el lugar de la deducción, sustituyendo la necesidad por el placer barroco de las cadencias y las intermitencias, las variaciones y las interrupciones, las sorpresas y los desvíos. Así me parece poder interpretar la noción del desborde, propuesta por Pavella, como un instinto del texto que estamos comentando. Un instinto que persigue la herida, el desgarro, la fragmentación y la desesperación, la ironía y la crítica presentes en la obra de arte moderna. El lado oscuro, diríamos, trágico, moderno en suma. Se dirá que la tragedia es antigua, paradigma de una experiencia que ya no es la nuestra. Pregúntenle a Ginsberg, eco del mismo grito de Lear, Cordelia entre los brazos, muerta ya, pregúntenles a los poetas, pregúntenle al libro de Pavella. (Marco Aguirre)

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